07 septiembre 2005

Plata quemada

¿Cuántas casas dinamitaste hoy?

Más allá del morbo, las palabras de Ricardo Piglia atraviesan la luz como hace el cuchillo del carnicero con el lomo de la vaca muerta. Nunca es el mismo animal, pero siempre es del mismo modo.

"Esperar. La mayor parte del tiempo hay que esperar. Esperar el momento del atraco. Esperar que se les vayan las fiebres de buscarte. Esperar para mover la plata. El tiempo es algo agotador, una batalla perdida. Como en la cárcel. Te preguntás cómo llenar el tiempo. Con el cuerpo no contás: no podés coger, no podés llorar... Te vigilan. Te están encima. Te queda la cabeza, no más.

Y pensás, boludeces, pero pensás. Si tuviera que explicar todo lo que pensé estando preso tardaría tanto tiempo como el que estuve adentro. Te imaginás cosas. Imaginás lo que perdiste, lo que queda afuera cuando suspendiste tu vida, un robo paso a paso, una y mil veces, como una película, la construcción de una casa, ladrilo por ladrillo, una mujer, los detalles del reencuentro, palabras, movimientos, colores... Vivís con la cabeza. Te convertís sólo en eso, una cabeza, un cráneo.

En la cárcel me hice puto, drogadicto, timbero, peronista. Aprendí a pelear a traición, a jugar al ajedrez, a partir la cara de un cabezazo al que te mire mal, a armar figuritas con el papel plateado de los cigarrillos, a coger de parado, a perderme en un libro y casi no volver. Y seguí construyendo casas en mi cabeza para dinamitarlas."

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