16 febrero 2009

Tres días sin llover

Cuando desperté esta mañana, los ojos me devolvieron unos tejados brillantes de rocío al sol. La calle rugía en su rutina y en la radio daban las noticias de las diez. Hablaban de morosidad. No me gusta madrugar. El baño todavía olía a tu perfume, la casa estaba extraña, como vacía, y faltaba tu iPod. A mí aún me parecía sentir tu respiración dormida sobre la cama, pero a esas horas tú debías andar 400 kilómetros distante.

Pensé en los aeropuertos de los lunes al alba y en los ejecutivos con maletín que franqueaban los arcos de seguridad en busca de su puerta de embarque. Todos vestidos de negro, gris y azul marino, apenas un toque de color en la corbata, ya hablando por teléfono. Las aeronaves se convertían en sus improvisadas oficinas de silencio, desde donde también veían amanecer. Y al tocar tierra, otra vez la vorágine de la ciudad, las llamadas incesantes, y sus despachos sin ventanas. Nada que ver con la escena final de 'Love actually'

Me preparé un café y, de repenté, me vino a los labios el sabor de tu beso de buenos días, aún 'expresso'. Eric Satie sonaba en el aleatorio del iTunes. Sorbí un trago largo para desperezarme del todo y entonces me dí cuenta: un botón rosa anunciaba la primavera en el ciclamen, recuperado ya de su astenia, a mediados de febrero. Llevaba tres días sin llover: había que celebrarlo.

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