23 octubre 2009

Plomo, Manuel

"¿Dónde crees que vas?" Algo así debió de oír Manuel hace unos días. Era lunes y el reloj de la furgoneta marcaba las nueve y media. Regresaba de un permiso a la cárcel. Tarde. Pero no una hora ni dos, cuarenta y ocho. Había pasado el fin de semana en casa de Adela y Paco, viejos conocidos de su juventud.

De los pocos que le quedaban ya. La mala vida se había cepillado a muchos sin llegar a los cincuenta. Manuel resistía. En parte porque era fuerte -ya se sabe lo que dice el refrán, mala hierba...-. Y en parte porque llevaba treinta años entre rejas. Mal lugar para reformarse, pero peor para seguir con el mismo ritmo.

En el trullo nunca lo había felicitado por su comportamiento, aunque tampoco lo contrario. Quizá influía que no siempre cumplía las normas tal y como eran. Por ejemplo, en los últimos veinte años siempre había vuelto de los permisos... Aunque no todas las veces a tiempo. Pese a ello, había fe ciega en él. ¿Dónde iba a estar mejor? ¿O al menos más seguro? Esta vez, en cambio, iba a ser diferente.

Manolín era lo que se entiende por un tipo de costumbres relajadas. Y no con muy buen genio. No convenía llevarle mucho la contraria. Sus conocidos lo sabían bien. Le pasaba desde crío. Su madre siempre decía que era algo cabezón. Más tarde, el psicólogo le definiría como un tipo "de carácter explosivo".

Quizá por eso se cargó a la Candela, una puta heroinómana con la que se montaba a ratos... gratis. O tal vez fuera por que la muy perra se quedó con el anillo más gordo del botín de la joyería, además de con un par de brazaletes macizos y seis relojes de oro. O a lo mejor fue porque se tiñó de rubia platino y le dio por comprarse corsé, al estilo de la Madona ésa.

Al Virgilio, sin embargo, le tocó por estar allí. Hay que ser torpe, coño. Como El Cojo y Augusto, que no sabían con quien trataban, y así les lució el pelo. Un poco chamuscado, que diría Manuel. El que roba a un ladrón tiene mil años de perdón, pero... ¿quién robó a quién y quién era el ladrón? Para Manolín estaba claro. Con lo de comer no se juega. Y aquel botín era caviar 'beluga' en el caso de que supiera qué era eso.

Manuel miró al desconocido. De la boca de aquel tipo salió un denso vaho mezcla de humo y vaho. Hacía frío en aquella jodida mañana otoñal a las puertas de la cárcel. No le dio tiempo a contestar. Sintió un sabor extraño en la boca, pero no llegó a identificar a qué. "Plomo, Manuel ¿Quién te parece que soy?". No vio pasar la vida en fotogramas.

1 comentario:

chopitosmum dijo...

Genial.
Muchas gracias.
Besotes gordos.
P.D. Es que me has dejado sin palabras.

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