26 marzo 2011

Fausto

Oigo el partido de España de fondo. Pierde contra la República Checa. Y pienso en ti. En las cosas que nunca te dije. En el abrazo que no te di al marcharte. La vida es así. O eso dicen. El domingo fue tu cumpleaños. El primero de los dos que tienes, cosas de la mili. Y yo me afané en podar una de mis plantas, y en limpiar y ordenar el salón. No quería pensar, supongo. Afortunadamente había motos en televisión y eso me sirvió para distraer los pájaros de mi cabeza. En dos días mi hermano cumple años. Es la segunda vez sin ti. 

Hoy he dicho en alto algo que pienso desde que te fuiste. No me despedí como quería. Lo hice como siempre. Porque pensé que aquello no era una despedida. Y duele. Tengo la imagen grabada en mi cabeza, y tirito cada vez que me asalta. No lo vi. No podía verlo. Quizá no quise hacerlo. También he reconocido que miro al cielo, aunque no soy creyente, cuando quiero contarte algo. El azul fue mi primer color favorito. Sin embargo, no puedo coger los álbumes de fotos antiguos, ni clicar en los familiares del iPhoto. Mucho menos escuchar 'La fuente de Cacho'.

Viejo, te echo tanto de menos que duele hasta tu nombre. Y mira que estaba acostumbrada a las distancias desde chica. Pero ésta no es como ésas. No hay llamadas de teléfono de vez en cuando. Al menos ya no pienso en marcar el número del pueblo esperando que estés en casa del tío, que, por cierto, ahí está, tirando a sus noventa. Como buen cabezón -que nos viene de familia ¿eh?-. Pero tengo miedo. Hay momentos en que se me posa en el pecho y no me deja respirar. Y esto no me lo esperaba. 

Miro al televisor y marca Villa de penalti. España va ganando. Te hubiera gustado ver el Mundial. ¡Ganamos! Aunque dudo mucho que simpatizaras con Mourinho, que ahora entrena al Madrid. Y seguro hubieras tenido peloteras con tu hijo, que más del Barça no te pudo salir. Yo sigo con el Racing y sufro con el Sporting. Qué bien me caen los asturianos. Me recuerdan tanto a ti por el habla... El otro día soñé que estábamos conversando camino de casa. Luego me desperté y sonreía. 

Me despido con unos versos de Mario. Benedetti. Que por cierto, se marchó poco después que tú. Y otra vez me quedé huérfana. Esta vez de uno de mis referentes literarios. 

Después de ese dolor redondo y eficaz,
pacientemente agrio, de invencible ternura,
ya no importa que use tu insoportable ausencia
ni que me atreva a preguntar si cabes
como siempre en una palabra.

Cuídate, papa (así, sin tilde). Hablamos en la próxima parada.

No hay comentarios:

Post nuevo Post antiguo Inicio