07 junio 2011

Rumbo a Noruega VI

Este post debería tener fecha de ayer, pero preferí descansar mi espalda para no arrastrar cansancio. Aún queda mucho viaje por delante. Ayer salí de Sundsvall para llegar aún más al norte de Suecia, a Lulea. La etapa fueron 500 kilómetros más o menos, y unas siete horas de viaje sin parar. Salimos por la E4, una carretera/autopista con la que ya hemos intimado. Se trata de la vía más larga de Suecia, que nace en el Sur y llega hasta la frontera con Finlandia, unos 1.500 kilómetros en total. Enseguida nos encontramos con la costa. Ha sido la primera vez que hemos tenido la sensación de ir paralela a ella porque aunque en realidad la carretera bordea el mar, entre mar y asfalto hay línea de tierra, a menudo salpicada de bosques y pueblos de pescadores.

Unos kilómetros más arriba de Sundsvall comienza la Costa Alta sueca, o Hoga Kusten, como la llaman aquí. La zona es Patrimonio de la Unesco, aunque más que por su belleza, que también, por su interés geológico. En pocas palabras, es un lugar idóneo para estudiar la isostasia, un fenómeno que describe el levantamiento de la tierra gracias a la desaparición del casquete de hielo que la cubre. Por intentar describirla de forma familiar, esta zona costera se parecería más a Galicia, por ejemplo, aunque aquí no hay montañas tan cerca del mar... Bueno, casi no hay montañas.

Otra cosa a tener en cuenta en este tramo del viaje son las gasolineras. Como a partir de Estocolmo, la población se dispersa, los núcleos grandes y con servicios también. Eso quiere decir que hay gasolineras más distantes entre sí. Por lo tanto, si entras en reserva al salir de un municipio con gasolinera, da la vuelta y reposta. Nosotros no lo hicimos y vimos la luz cuando un cartel nos decía que había una en un kilómetro. Al llenar el depósito constatamos que estábamos más secos que la mojama. Entraron más de 17 litros y según el manual de la moto, sólo caben 16... En fin.

Si nos paramos a pensar de qué vive toda esta gente que tiene casa en estos pueblos y ciudades pequeñas la agricultura y la ganadería se nos quedaría corta. La costa norte de Suecia es también una zona industrial. Y por ello, a la entrada de estas localidades se pueden encontrar grandes industrias (además de oler, porque sí, esto también pasa aquí, en el país del reciclaje y la bicicleta como medio de transporte).

Por cierto, ayer era el Día de la Bandera, fiesta nacional, y en cada barrio había al menos una casa con un estandarte. E incluso había coches que la llevaban también en el lateral. Los suecos están orgullosos de serlo y para ellos, la bandera también es sinónimo de fiesta, alegría, algo que celebrar... Por eso, por ejemplo, en un cumpleaños se puede decorar las mesas con pequeños banderines con total impunidad. Quizá esto sea la explicación de lo que nos encontramos ayer por las carreteras: tráfico de coches clásicos... y muchos de ellos americanos. Aún no me creo haber visto a un Chevrolet, por ejemplo, aparcado a la puerta de la iglesia de Grunsunda, a donde nos desviamos siguiendo el símbolo de sitio de interés y que valió la pena.

Como también era el día de las excursiones, ayer visitamos dos lugares curiosos. El primero es Norrfjarden, el lugar de embarque para visitar las islas Hollon, un paraíso que no llegamos a ver y de donde viene mucho pescado a la mesa. Para llegar a este puerto hay que tomar un desvío de 15 kilómetros por una carretera de un carril por sentido y con apenas curvas. La más pronunciada es otro desvío que lleva al embarcadero. Mirado con perspectiva, me parecía estar en una aventura de Los Cinco... No sabría explicarlo con palabras, pero es así.

De ahí tomamos de nuevo la carretera, llamémosla secundaria, y buscando la autopista nos encontramos con un desvío que nos mandaba a la E4 o a Ratan, un sitio pintoresco. No teníamos ni idea de qué era aquéllo, pero pensamos que podría ser un buen lugar para comer. Acertamos. Era un pueblo pesquero a 30 kilómetros de la costa finlandesa y que pertenece a la reserva natural de Rataskar. Nos sentamos en un merendero junto al pequeño puerto y disfrutamos de cada bocado de nuestro picnic. Después, agotamos las baterías de las cámaras haciendo fotos. Este punto lo ampliaré más adelante, cuando revele las imágenes.

Frente a las islas Kravken
Ratan, frente a las islas Kravken
A partir de aquí, recuperamos la autopista/carretera y pusimos rumbo a Lulea, la pequeña ciudad industrial donde haríamos noche, que está situada en una especie de fiordo y cuya planta en los mapas es preciosa. Sin embargo, por lo que vimos, no hay grandes cosas que ver, más alla del poblado de Gammelstad, un barrio con las casas de madera antiguas mejor preservadas de la zona, que no visitamos ante la necesidad de programar los dos días siguientes y de encontrar un sitio para cenar porque, no lo olvidemos, era un día festivo. 

Acabamos en un Max, el McDonald's sueco. Y sí, pedimos hamburguesas suecas en un sitio sueco. Yo creo que nos ganamos la nacionalidad. Por cierto, la mía era de pollo y pepino. Deliciosa y provocativa.

Nota mental: Don't feel like dancing, de Scissor Sisters

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