22 noviembre 2013

Correr o volar

Faltan dos días para que haga mi primera carrera de 10 kilómetros. Es una cita importante para mí. Llevo entrenando en serio bastante tiempo. Así que espero hacerlo bien. Eso no significa que vaya a hacer un tiempazo. Mi objetivo es acabarlo en menos de una hora, que es el límite que ha puesto la organización. Pero estoy nerviosa. Porque no quiero salir rápido y desfondarme, ni dormirme en los laureles por conservadora. 

Hace mucho que corro. Empecé hace ocho años más o menos. Pero no he sido regular. Recuerdo que cuando me puse el chándal (sí, yo corría con chandal, que las mallas son algo reciente) los primeros día solo quería correr para escuchar música y estar a solas, sin más ruidos. Era una época de locura, con trabajo a salto de mata y poco dinero en el bolsillo. Pero feliz. Muy feliz. Vivía en una casa estupenda y con unos compañeros estupendas. Por supuesto, no llevaba pulsómetro ni sé cuánto ni a qué velocidad corría. 

Luego lo dejé. No sé por qué. Y me mudé. Al sitio donde estoy ahora. Me volví vaga, o bueno, volví a mi ser. Hasta que me dio por ir a un gimnasio -ahora es otro más divertido- y empezar con una rutina deportiva que mantengo hasta hoy. Serán unos cinco años los que llevo haciendo deporte entre tres y cinco días a la semana. Cuando me sentí en forma, volvía a ponerme mis zapatillas de correr y a hacer kilómetros. Pocos. Lentos. 

No tenía objetivo. Más allá de ir sumando kilómetros. Hacía entre cinco y seis. Siete fue mi récord. Me compré nuevas zapatillas, después de hacerme un leve estudio de pisada. Y entonces mis rodillas dijeron basta. No sé la razón exacta. El fisioterapeuta me dijo que desgaste. Y volví a guardar mis zapatillas y a buscar clases que me ayudaran a reforzar toda la musculatura de las piernas.





Hace unos meses (creo, las fechas no las tengo muy claras), empecé de nuevo. El primer reto eran tres kilómetros sin dolor. Poco a poco he ido sumando metros y acelerando el paso. Perfeccionando la técnica, combinando el entrenamiento en la calle con clases de todo tipo -las últimas incluye pesas y trabajo de brazos-, alimentándome mejor... Y obteniendo resultados. Discretos para cualquiera que sepa un poco, pero hazañas para mí.




En octubre hice mi primera carrera. La pirata de la Media Maratón Nocturna de Bilbao. Siete kilómetros, Mi objetivo era bajar de 42 minutos. Y mi superobjetivo, de 40. Y al final hice 39:47. Y me sentí poderosa. Acabé feliz y esprintando. Días más tarde me apunte a la que voy a hacer el domingo. Los 10 kilómetros de la Maratón de San Sebastián.




Estoy nerviosa y tengo miedo de no lograr mi objetivo. Pero también me muero de ganas de ponerme las mallas, la camiseta cortavientos y echar a correr bajo la previsible lluvia. Sé que estaré a la cola al principio y al final. Que me rodearán gacelas y liebres, pero no me importa. Estoy solo en el principio de un camino que esta vez no pienso dejar. 

De hecho, en mi calendario ya hay dos fechas más marcadas. El último fin de semana del año, 12 kilómetros. Las Arenas-Bilbao. Ahí no tengo objetivos. Si acabo en 1:12 hago la voltereta, pero no me importa si lo hago en hora y media. Y luego está la Media Maratón de Santander, que seguramente se celebrará el primer fin de semana de marzo. Este sí que es mi gran reto. 21 kilómetros  y, si puede ser, en menos de dos horas. Para ello tengo que hacer los primeros diez en 50 minutos. 

Veremos si voy cumpliendo marcas o no. Pero lo más importante es que me gusta. Correr me da luz. Me siento fuerte, poderosa, como si volara. Todo lo malo se reduce y lo bueno fluye. Acabo roja -de frío, de calor, de lo que sea- pero con una sonrisa de oreja a oreja. Y con ganas de cantar como si no hubiera un mañana. Serán las endocrinas, pero el mundo es más bonito cuando me calzo las zapatillas y salgo a correr. Aunque caigan chuzos de punta. Que aquí, en el norte, es muy común.

No hay comentarios:

Post nuevo Post antiguo Inicio