30 julio 2014

El Tour de los Pirineos

Cuando uno cree que no puede, siempre puede más. No se trata de una frase hecha ni de un lema barato de esos que tan de moda están en Instagram. Es la verdad. Yo lo he aprendido en los últimos tiempos. Y me lo ha enseñado el deporte. Suena a eslogan cutre, pero no todo lo cierto suena bien. 

Hoy, a falta de un día para volver al trabajo, repaso las fotos de mi último viaje y los objetivos que tengo por delante (deportivos, de los otros no gasto ya, pero eso es harina de otro costal) y me doy cuenta de ello. De cómo he sido capaz de superar retos que dibujaba inalcanzables. Y me siento orgullosa. Por habérmelos metido en el bolsillo, simplemente. 



Ya he dicho en alguna ocasión que corro y que me gusta hacerlo. Sufro también, y me cuesta vencer la pereza, pero lo hago. Cuando empecé, avanzar un kilómetro en 5'30 me parecía un sueño. Hoy es un ritmo habitual en mis salidas. Sus esfuerzos me cuesta, vaya, que no es que vaya haciendo crucigramas mientras tanto, pero voy bien. También me parecía entonces que correr 10 kilómetros era todo un hito, y que hacer una media maratón era de marcianos. Y sin embargo he hecho dos y tengo una tercera en mente para noviembre.... 



Todo ello requiere de paciencia, motivación y entrenamiento. En una palabra, de esfuerzo. No se puede conseguir sentado en una terraza o tumbado en el sofá. Y hay días que maldices el momento de levantarte y calzarte las zapatillas: porque estás cansada, porque hace malo, porque hace mucho calor... Pero a los diez minutos de estar corriendo se te pasa todo. O ese día decides tomártelo libre y al día siguiente lo coges con más ganas. 

Por supuesto, todo esto no se puede hacer sin tiempo. Y administrarlo requiere de cierta pericia, sobre todo si no te sobra y no quieres renunciar a otras formas de ocio. Sin embargo, mi experiencia me demuestra que siempre se saca de algún lado y con gusto. El número de entrenamientos, al fin y al cabo, te lo pones tú en función del objetivo y, no lo olvidemos nunca, esto es una afición. Sin obsesiones. 

Este último viaje ha reafirmado mi posición al respecto del 'si quieres, puedes' (al menos, en materia de superación). La propuesta era ir a Pirineos y subir una serie de puertos. Entre estos pasos de montaña había alguno que le sonará hasta al más despitado: el Aubisque y el Tourmalet. No había pretensiones. Se trataba de hacerlo al ritmo que cada uno pudiera, con la única meta de disfrutar y pasarlo bien. 



Yo tenía muchas dudas. Correr he corrido, pero andar en bici... desde la fallida experiencia del verano pasado -con la BTT y unos pedales automáticos que me hicieron renunciar al primer día- no había vuelto a salir. Bueno, sí, para probar a la Suiza, una preciosidad de carretera que llegó por mi cumpleaños. Pero me lancé. Eso sí, con rastrales, nada de calas y trampas similares. 



El resultado ha sido más que satisfactorio. He reído, he sufrido, he cantado, he maldecido... Me lo he pasado genial. He descubierto que me gusta andar en bici, aunque me da pereza salir sin compañía porque no me gusta el tráfico; que soy torpe, pero un poco menos de lo que creo; que la cabeza tira más que las piernas y yo soy muy testaruda; que juntos es mejor, pero sola no se me da mal; que hay cimas que apenas levantan 400 metros del nivel del mar; que bajarse o parar un rato no es una derrota sino el principio de la victoria... Y que puedo, incluso cuando creo que no puedo. 

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