22 enero 2018

La hora mágica

"En Comala comprendí 

que al lugar donde has sido feliz 

no debieras tratar de volver"




Cuando despegó se encendían las primeras luces de la ciudad. Se sentaba al lado de la ventana con dos desconocidos: ella reposaba su cabeza sobre el hombro de él. Su pelo rojizo encuadraba un rostro de piel porcelánica. Los ojos, color avellana, eran los mismos que los de él, canoso y arrugado por el sol. Se miró las manos. Estaban morenas. Se había pintado las uñas de burdeos oscuro. Ya lo echaba de menos. Con él se sentía segura. En cada viaje temblaba por si no estaba allí al aterrizar. Ahora ya sabía que sería así. Una lástima... 

Aquel puñal la había acompañada tantas veces desde que cumplió los 18, cuando le entregaron la herencia de su abuelo... pero por más que lo intentó no pudo sacárselo del cuerpo a su último amante. Maldito esternón. También se preguntaba cuánto tardarían en encontrarle en aquel hotel desde cuya terraza se podía ver a los gatos de la ciudad mientras saltaban de tejado en tejado en busca de gatas en celo. Una lágrima resbaló por su rostro de mármol. Ni la notó. El avión cogió velocidad de crucero y se apagaron las luces.


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