21 marzo 2005

Rusell (3)

Sus manos la sostuvieron con desgana. Su mirada volaba entre las líneas. La mía las devoraba. En cinco años, las cosas habían cambiado mucho. Marisa ya no era la chica rebelde y libertaria a la que no preocupaba nada y le importaba todo. Ya no reñía con su madre a todas horas, ni vestía con aire relajado. Todo en ella se había vuelto más sofisticado y la relación con su familia había tornado a ser casi idílica, por lo menos, eso había dicho. Tampoco me extraña: se había vuelto todo lo que su madre soñaba.

Durante el instituto, las penas de ‘la bruja’, como ambas la llamábamos en un alarde de escasa originalidad, se centraban en lo “imperfecta”que era Marisa. Y es que Carmen quería una hija modelo y modélica: rubia –Marisa era morena-, alta y espigada -Marisa era de estatura media y cuerpo curvado-, correcta -Marisa siempre decía lo que pensaba, aunque no fuera lo idóneo-, sin ambiciones laborales -Marisa ansiaba llegar allí donde estuviera el horizonte-, conformista -Marisa podía ser cualquier cosa menos esto- y dependiente -en el vocabulario de Marisa no entraban palabras como marido y deberes, sino compañero y sueños compartidos.

Cada día, esa casa se convertía en un pequeño infierno por cualquier motivo... Por eso, nos pasábamos el día fuera, haciendo cualquier cosa: sentadas en un banco mirando la gente pasar, tiradas en el parque bajo la sombra de los tejos, tras el cristal de un bar resoplando por el frío, de tiendas probándonos todo para no comprar nada… O en la biblioteca leyendo. Llegábamos a casa para la cena.

Ya no se vestía con vaqueros raídos y camisetas de algodón. Era más 'chic': las deportivas no formaban parte de su ropa de diario, sino de su uniforme para el gimnasio. Y siempre llevaba pendientes: dice que le dolió hacerse los agujeros de nuevo. En su mano también estaba escrito su futuro…

-Me caso -me dijo al ver que no quitaba ojo de una sortija de oro blanco y pedrería en azul en su anular izquierdo-. Se llama Javi y es arquitecto.
-Esto… Enhorabuena, me pillas… -debió ver mi cara de espanto porque siguió hablando de las virtudes del tal Javi como si tuviera que vendérmelo. Lo que ella no sabía es que yo ya sabía…

Javi no sólo era casi de mi cuadrilla -estuvo saliendo durante un tiempo con una compañera de trabajo hasta que descubrimos que el maromo tenía novia y Lucía, que así se llama mi colega, lo dejó aconsejada por nosotros-, sino uno de los profesionales de su gremio más aclamado, pese a su insultante juventud. Que papá fuera ingeniero ayudaba, claro. Así que Marisa era la novia… Ahora entendía todo el juego. Javi -o Falces, todos le llamábamos por su apellido- nunca habló de su novia, ni había rastros en su casa de que la tuviera. Claro, luego nos enteramos de que vivía en Londres, que era diseñadora de moda y que se llamaba Meri. Así que mi Marisa era Meri Sa, la modista más ‘in’ del momento. Por lo menos, se dedicaba al arte, lo más cercano a lo que estudió, contradiciendo a Carmen, claro.

-¿Y estás segura? -tenía que preguntárselo.
-¿Segura? Pues claro. Es el hombre de mi vida: atento, cariñoso, correcto, educado, culto...
-Y un cabrón -mascullé entre dientes, pero no me oyó.
-Además, le gustan los niños. Le encantan, vamos… -¡oh, dios! No podía haber dicho esto. No podía-. Queremos ser padres jóvenes -quedaba claro que sí lo había dicho.
El camarero se acercó para recoger nuestras peticiones.

(to be continued)

1 comentario:

Anónimo dijo...

se esta poniendo emocionante...espero el final

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