12 diciembre 2006

¿Un café en la calle Fulton?

Ann salió de casa con prisas. Había demorado levantarse hasta el límite… y solo era martes. Ya llegaba tarde a su oficina, en Midtown. No era la primera vez. Le consolaba el hecho de que su jefe nunca era puntual. Pero su contrato estaba pendiente de renovación y no se podía permitir el lujo de perderlo por su caos matinal. Por lo menos, no ahora, con la hipoteca del apartamento sobre los hombros. “Mierda de dinero”, se dijo mientras cogía la línea E del metro. Precisamente por él había discutido la noche anterior con James.

−Ni se te ocurra dejarlo ahora.
−Sabes que no es algo repentino…
−Aguanta, sólo un poco más.
−¿Aguantar? Joder, Ann. Estoy harto. Además, hay otra empresa…
−Donde serás el último mono, como en ésta. ¿O qué crees?
−Trabajaré menos horas… Sobre todo de noche.
−¿Ves? Menos dinero. James, mira a tu alrededor… Todo estoy hay que pagarlo.
−¡Estupendo! ¿Y qué más da si tardamos cinco años más o cinco menos?
−¿Cómo? No quiero estar pringada de por vida.
−¿Y yo qué? ¿Crees que yo si? Pero si ni siquiera nos vemos en todo el día
−Por eso mismo… ¿Piensas que me gusta?
−Mañana se lo diré al jefe. Me da igual lo que opines.
−¡James!
−A la mierda con todo. Y tú sigue arrastrándote. ¡Haz cuántas horas te pidan!
−Vete a tomar por el culo.

La voz mecánica del vagón le marcó la parada. Llegaba quince minutos tarde. Para entonces, James llevaría una hora y cuarto trabajando… Si es que no había dimitido antes y se había ido a desayunar a algún local de la calle Fulton.

9 comentarios:

Gonzalo dijo...

Ya sabes que suelo decir eso de "resistir es vencer" (la frase se suele atribuir a Juan Negrín), pero creo que voy a dejar de decirla porque es que últimamente no sé ni siquiera si soy de los nuestros.

mc clellan dijo...

Supongo que precisamente eso es lo que quieren todos: dejar de ser uno de los nuestros. ¿O no?

Gonzalo dijo...

Esa es la idea, sí.

Anónimo dijo...

El café en Fulton St. es más caro, pero sabe mejor, al final del día, que el clásico de 30 céntimos en vaso de plástico de la máquina que hay junto a la antigua sala de fumadores. Pero el de Fulton, con el paso del tiempo, resulta adictivo. Uno, dos, tres... "Ponga otro más, please". Y al final dejas un ladrillo como propina por la amable atención del servicio. O el ambientador del coche y la colección de cedés de Leonard Cohen. Además, en Fulton todavía se puede fumar las colillas que se amontonan en los ceniceros. Hasta que un día haces 'control-zeta' y decides reconciliarte con el botón de Capuccino + Extra Azucar. Sólo así aguantas el tiempo justo para escupirlo en el baño y regresar a casa pensando en mañana.
Ala. Un saludo.

Sansara dijo...

Allí deberíamos estar todos, borrachos de tiempo libre, en lugar de dedicarnos con tanto empeño a seguir con la miseria del horario demacrante por un par de míseras perras que nos cubran el alquiler...

Anónimo dijo...

Vaya, parece el típico argumento de historias paralelas que se entrecruzan por un hecho trágico... no sé, se me acaba de ocurrir ;D

mc clellan dijo...

Uff... La máquina del café en el trabajo es sólo un engañabobos.

Patricio Schmidt dijo...

aterricé aqui por un error de mapas, pero estoy feliz de ver tus escritos, prometo volver con mas tiempo a leerte.
Mientras tanto, mis saludos desde América, que ahora estamos en pleno verano y con calor.

mc clellan dijo...

Serás bienvenido, Patricio. Un congelado saludo desde la otra polaridad del mundo.

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