13 enero 2007

Ventana

Era uno de los últimos supervivientes de las Brigadas Internacionales. Había venido a España para conmemorar el sesenta aniversario de su otra llegada a Madrid, en noviembre del 36. La tele local donde por entonces yo trabajaba había concertado una entrevista con él. Un miembro del equipo se había puesto enfermo, y me enviaron a mí a sustituirlo. Se trataba de mi primera entrevista, algo que ningún periodista del mundo puede olvidar jamás; recuerdo que eso decían los reporteros veteranos.

Uno de ellos, muy misteriosamente, me había dicho una vez: "La primera entrevista no solo es inolvidable. También conitene claves de lo que será tu desarrollo profesional y tu vida. Solo que no lo sabrás hasta encontrate en el final del camino".

(...)

El viejo se hospedaba en una pensión cochambrosa del centro, en la calle Fuencarral. No tenía dinero para algo mejor, pero según hube de enterarme más tarde, había otra razón, una de índole sentimental, romántica.

(...)

Al decirle que no queríamos grabar en la habitación ha sonreído tristemente, encogiéndose de hombros.
-Es una pena. En esta pensión me hospedé cuando vine a luchar a Madrid. En esta misma habitación. Lo sé con seguridad porque queda enfrente de la calle, justo en línea recta. ¿Ves? Mira, ven. Nos hemos asomado juntos.

(...)

-Hace sesenta años, el día en que llegué, pedí dos deseos apoyado en esta misma ventan, Amparo. La batalla había comenzado, y era casi seguro que Franco iba a entrar en Madrid, nadie daba un centavo por la ciudad. Pero pedí que ganáramos. Y ganamos. Franco no entró en Madrid en noviembre del treinta y seis -ha subrayado como si sospechara que a alguien podía quedarle alguna duda. No sé por qué, me lo he imaginado de pronto pegándose más de una vez en una tierra, en Estados Unidos, con alguien que hubiera dicho que venir a Madrid a luchar por la República era una idiotez. Si hubiera de hacerlo hoy de nuevo, Tom, a sus ochenta años, lo volvería a hacer.
-¿Y el segundo deseo?
-El amor, Amparo. Encontrar el amor.

(...)

Pero cuando nos disponíamos a salir me ha agarrado con solemnidad del brazo.
-Amparo -ha dicho con gesto grave.-. Te regalo esta ventana. Es toda tuya.
Le he mirado sin entender
-Es una ventana mágica, ¿no lo entiendes? ¡Concede los deseos! ¡Venga! ¡Pide dos! Como hice yo.
Me he asomado a la ventana entre cohibida y pudorosa, mirando al frente, hacia la calle. No lo he dudado.
('El mundo se acaba todos los días', Fernando Marías)

4 comentarios:

Gonzalo dijo...

Buena novela, aunque un poco demasiado alcohólica. Leerla con los gintonics que se toma el protagonista es difícil, y sin ellos también, pero no está mal. Dicen que es una revisión del mito de Jekyll y Hyde. Yo, para eso, me quedo con la canción de Gainsbourg 'Docteur Jekyll et Monsieur Hyde'.

Bambu dijo...

Yo me quedo mejor con los gintonics :-p

Crapúscula dijo...

Qué espléndidos fragmentos. Y qué inquietante lo de la primera entrevista...

mc clellan dijo...

En realidad toda la novela es bastante inquietante.

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