Las comidas de navidades están llenas de costumbres y recuerdos. Pasen los años que pasen, en las mesas siempre hay platos especiales que sólo se cocinan así por Navidad y se ven vajillas compradas sólo para las fechas especiales. Ocurre en todas las casas y en todas las generaciones. El turrón, los mazapanes, las peladillas, los roscos de vino, las torrijas, los roscones de Reyes... y las tartas.
Sí, las tartas. En la ciudad donde he recibido a 2010 el postre típico del día de Año Nuevo son ellas. A mí me resulta extrañísimo. En mi casa se comían los trozos de turrón que habían sobrado de la cena anterior. Y a mí me encantaba pasar el dedo por la fuente para recoger la miel derretida del turrón duro. Pero como dice el refrán, donde fueres, haz lo que vieres, y en mi mesa también hubo pastel. Vale, en realidad fueron pasteles, porque las tartas que habían cuando yo fui a comprar a Don Manuel (¡ay! qué local tan rico, con su estupendo olor a café y bollo) eran pantagruélicas, pero ahí estuvieron...
O están, porque todavía quedan. Concretamente estos:
Los llamaría por su nombre, pero siempre fui más golosa que memoriada y no me acuerdo nunca de los nombres...
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