23 agosto 2013

De norte a sur y a norte. Capítulo II. Surcando las dos Castillas

El martes amaneció hermoso. Vamos, que no había una sola nube en el cielo, lo que suponía una novedad interesante después de semanas de verano-invierno. Nos levantamos pronto. Antes de que sonara el despertador ya estábamos despiertos. Desayunamos como siempre y a mí me dio tiempo a dejarlo recogido sin prisas. Cogimos las maletas y cerramos la casa. Habíamos dejado el coche en la calle de atrás, aparcado junto a un contenedor de vidrio para facilitarnos la labor de meter las cosas. Dejamos los macutos y sacamos las bicis del garaje. Las metimos dentro bien colocaditas y sujetas. Tocaba cargar el cedé. Elegimos cinco y arrancamos.

Mientras salíamos de la ciudad yo puse el regalito que le habíamos comprado a Sato: un pino. Ajá, somos unos clásicos y el día anterior habíamos cogido un ambientador con solera. Somos así... De 'freakies'. Ya os lo he dicho. Por delante nos quedaba una buena cantidad de kilómetros. Habíamos partido el viaje de ida en dos y elegimos Cuenca para hacer noche. No conocíamos la ciudad y habíamos hablado más de una vez de ir.



En esta casa conduce el hombre de la casa. La mujer, o sea yo, soy una inútil que se sacó el carné hace doce años y no ha vuelto a coger un vehículo. Además, no me atrevo a hacerlo sin dar unas buenas clases de recuerdo, pero como lo voy dejando porque me da miedo... pues así me luce el pelo (pasopalabra, aunque el mes que viene iré a pedir hora a la autoescuela).

La idea era ir lo más directos posible, aunque sin pasar por Madrid. No nos importaba que en ciertos tramos tuviéramos que dejar las autopistas y surcar carreteras menores (siempre y cuando hubiera gasolineras o el depósito estuviera lleno). Por eso salimos en dirección Logroño-Soria lo más directo que se podía. El recorrido nos lo conocíamos de algunas excursiones, así que no nos importaba perdernos algo. La primera parte de la mañana fue tranquila. Había poco tráfico y eso lo agradecimos. Había que ir cogiendo confianza. El pino de Sato era de los buenos... parecía que estuviéramos lo menos en Las (pobladas y frescas) Landas.

Una vez llegados a la capital riojana pusimos rumbo a Soria. No era autopista, pero sí una carretera más o menos rápida. Con tráfico al principio y más tranquila después. El paisaje hacía ya bastantes kilómetros que se había vuelto más amarillo y plano. Y el calor apretaba con fuerza. Pasada la ciudad, volvimos a la autopista. Primero la A-15 y luego la A-2. Fue en ésta última en la que decidimos que había que llenar el estómago. Intentamos buscar algún sitio donde desviarnos un poco para encontrar algún bar porque no queríamos hacerlo en una gasolinera, pero tampoco sabíamos muy bien dónde.

Medinaceli hubiera sido un buen sitio porque el primer sitio estaba muy cerca de la salida de la autopista y tenía parking... pero eso lo vimos una vez que nos saltamos la salida. Así que enseguida vimos un área de servicio en una zona en obras y ahí que repostamos. El sitio era normal. Una gasolinera con un bar-restaurante de batalla. Era pronto, antes de las dos, y solo había dos mesas más ocupadas: un camionero y una familia de británicos en la que el único que hablaba castellano era el hijo.

Acabado el ágape, tomamos un café con hielo y volvimos al horno... digo al coche (gracias, aire acondicionado). Empezaba la parte más divertida del viaje. Había que llegara  a Cuenca, pero no había autopistas directas. Cogimos la N-204, poco transitada y con sorpresa.  No era un recta interminable, sino que también tenía sus curvas y... su embalse. El de Entrepeñas. Somos muy fans de este tipo de cosas, así que se nos hizo entretenido.



Luego, pusimos rumbo a la ciudad manchega por la N-320. Realmente nuestro destino no era ella, sino siete kilómetros más allá, en dirección al pueblo de Buenache de la Sierra. Al principio, pensamos que pasaríamos el centro urbano de largo. Una lástima, pero ya estábamos con ganas de llegar al destino y aprovechar la piscina que anunciaba el hotel. Pero conforme el GPS iba acercándonos a Cuenca nos dimos cuenta de que íbamos a cruzar todo el casco histórico.

Después de un problema con sus indicaciones ya en pleno callejeo, volvimos a encontrar la ruta... Y yo pasé más miedo que en la montaña rusa. ¿Por qué? Pues porque nos metió por todo el centro antiguo, que eran unas callejuelas empinadas, adosadas y estrechísimas, con semáforos de paso alternativo, autobuses y muuuchos peatones. Y yo llevo muy mal el tema de quedarse parado cuesta arriba y salir embragando y con freno de mano. Ejem.

Después de ¿cinco? minutos que a mí se me hicieron dos horas llegamos a la parte más alta y cruzamos el último arco. Salimos a una carretera de doble sentido pero estrecha. La Cueva del Fraile estaba a siete kilómetros. Fue lo mejor del viaje. La vía serpenteaba por la Hoz del Huécar y dejaba paisajes maravillosos. De hecho, desde alguna recurva se veían hasta las casas colgantes. La estampa de Cuenca era imponente. Volveremos porque nos quedamos con ganas de correr por ella, de hacerla en bici, de pararnos en los improvisados miradores que ahora sí conocemos...

La llegada al hotel fue tranquila. Aparcamos, sacamos las maletas y nos registramos. El sitio era muy interesante. Se trataba de una especie de antiguo monasterio, con varias dependencias. Para ir a ellas había que pasar por el patio, que estaba empedrado, lleno de árboles y hiedra, y recién regado para refrescarlo. Un oasis ante los treinta y muchos grados que hacía. En la parte trasera del edificio estaban la piscina, un bar y un salón para convites. Sin duda es un lugar ideal para 'BBC' o reuniones de grupos grandes de amigos.


Experimentando

Nuestra habitación daba al bosque. Dejamos los bultos y no tardamos en bajar a darnos un chapuzón. Aunque al final nos quedamos en la orilla -cosas de que alguien se olvidara el bañador- con un buen refresco y un libro. En mi caso: 'Nacidos para correr'. El día acabaría en una refrescante tormenta y con una cena reconfortante cuyo postre parecía haber sido cortado por alguien muy de Bilbao. Media sandía me pusieron. Y se quedaron tan anchos. Yo también empezaba a encontrarme ciertamente ancha... y solo era el primer día.



[Anteriores: Capítulo 1]

No hay comentarios:

Post nuevo Post antiguo Inicio