08 mayo 2015

Alguien como tú

Han pasado cinco años desde que perdí a mi padre. Y aún duele. Se fue y no pude despedirme de él. En parte por las circunstancias, pero también porque ni supe ni quise ver lo que estaba pasando. Tenía una enfermedad crónica. En su momento decidió no tratársela tras poner en la balance los efectos secundarios de los medicamentos. Me costó entenderlo, pero lo olvidé tan rápido como pude. Hace cinco años me choqué con ello de nuevo.

Iglesia de Grundsunda (Suecia)

Dicen que el tiempo cura y es posible. Pero las cicatrices quedan y los días de lluvia palpitan. Desde hace cuatro años no hay día que no caiga algún chaparrón. Le echo de menos como no sabía que se podía hacer. A veces me gustaría poder coger el teléfono y hablar con él. Pero nadie contesta al otro lado.

No vivía con él desde los dos años. Le veía los tres meses de verano y en algunas visitas durante el curso. No demasiadas porque vivía en un pueblo que ahora está a hora y poco de donde yo me crié, pero entonces eran más de dos y en un autobús que salía una vez al día. Tampoco había teléfono. Solo el del bar del pueblo. Y en la televisión hasta hace doce años no se veían más canales que La 1 y La 2. Cuando me marché a estudiar en la universidad empezamos a mantener contacto más regularmente. Mi tío puso teléfono y me llamaba desde su casa. Se pasaban todo el día juntos.

No fui una hija modélica, pero él me quería como si fuera la mejor del mundo. No veía los defectos. Yo le quería muchísimo. No se lo demostré como hoy me hubiera gustado hacerlo, pero tampoco las circunstancias ayudaban. Pese a todo sé que él era consciente de que lo que yo sentía. Sin embargo, tengo la sensación de que no estuve a la altura de muchas cosas y mucho menos en la despedida.

Llevaba semanas malo. Mi hermano le obligó a ir al hospital. Le ingresaron un fin de semana. Y allí estuvimos los tres. Me despedí en la habitación seca y regañándole. Le dí un abrazo 'despegao' molesta por su 'sentimentalismo' y porque no se cuidara. No quería ver nada de lo que pasaba. Le harían comer bien, pasaría la ITV y otra vez a casa. Y eso parecía hasta el maldito miércoles por la tarde.

Y ahí sí que estuve ciega y torpe. Tenía que haber salido corriendo de aquella oficina, haber cogido el primer autobús y plantarme en el hospital. Pero no lo hice. Creí que de verdad no pasaría nada, que por la mañana le operarían de algo que parecía solo secundario y que el jueves por la noche pasaríamos la noche juntos mientras mi hermano descansaba por fin. No llegó nada de eso. Como no llegué yo a verlo vivo, ni siquiera en coma para poder decirle adiós.

Las circunstancias, otra vez, no ayudaron. A las once salí del trabajo. Y a las siete de la mañana mi hermano me llamó para decirme que las cosas estaban mucho peor. Al borde de un desenlace que sobrevino poco después, cuando apenas faltaba media hora para que yo llegara. Espero que esté donde esté haya sabido perdonarme. Yo aún no he podido.

2 comentarios:

Anita dijo...

Joder, vaya entrada, me ha llegado al alma, de verdad.
Me he quedado sin palabras, aunque supongo que lo normal sería decirte que no te fustigues más, que te perdones tú también y que él seguro que lo sabe todo.
Un beso!

Unknown dijo...

No te hagas eso a ti misma. Yo perdí a mi madre de repente hace 11 años. Podría torturarme con muchas cosas, pero no hay mayor regalo que podamos hacerles que tratar de ser felices. Un beso.

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