30 mayo 2010

La 'escapada penitente' (I)

Hay viajes que necesitan un tiempo de reposo para saborearlos. Como mis mini vacaciones de Semana Santa. Aprovechando tres días y medio que teníamos libres, ideamos una escapada a tierras francesas. Bueno, originalmente iban a ser tierras sorianas (qué deuda tenemos con esta provincia), pero como no había manera de encontrar alojamiento, decidimos que como en el país vecino no era festivo íbamos a tener más suerte para encontrar donde dormir.

Ha sido la primera vez que viajo a la aventura: sólo con un mapa y lugar de destino, pero sin reservas, ni teléfonos, ni nada de nada. Y me ha gustado. Puede que influya que nos ha salido bien, claro, pero es que ni programado hubiera sido más perfecto. La idea era recorrer Aquitania desde Hendaya hasta la zona de Bergerac haciendo dos noches: una en la zona de Arcachon y otra en Sarlat.

El primer día salimos pronto de casa. Cosa extraña, porque lo de hacer las maletas no es lo mío y siempre tenemos que hacer un par de viajes dado mi memoria de pez de colores. Hacía un día espléndido, de esos que animan a hacer kilómetros y no parar hasta que se va luz. Así que después de adelantar unos cuantos kilómetros por autopista (A-8 sentido San Sebastián), tomamos la N-634 a partir de Ermua y Eibar, que marcan la frontera entre Vizcaya y Guipúzcoa. Tengo especial debilidad por este tramo de carretera que llega hasta Usurbil.

En apenas 50 kilómetros se sintetizan todos los paisajes de estas dos provincias vascas: las ciudades industriales, el mundo rural, el mar, la montaña, los barcos pesqueros, los caseríos... Es una vía serpenteante que sigue el curso de un río de Eibar a Elgoibar; luego se abre paso entre altos, como el de Itziar; se besa con el mar, entre Zumaia y Zarautz; juega con la costa, en Getaria; se entretiene entre casas, Aginaga...

Y deja imágenes como éstas:


Pero esto, ya lo conozco bien (es una de nuestras rutas preferidas y habituales, así que pisemos el acelerador. El objetivo era llegar a Hendaya a una hora razonable y empezar ahí nuestro viaje por Aquitania. Para mí, era terriblemente emocionante este punto puesto que sólo conocía Las Landas de oídas (una vez estuve en Hossegor, pero no cuenta, fue por trabajo y no recuerdo ni cómo llegué). Paramos a tomar un café en esta localidad fronteriza con nombre e tres idiomas (francés-Hedaye-, castellano -Hendaya- y euskera -Hendaia-).


Y decidimos comer. Era la una... Pronto en España, pero no tanto en Francia. Y no era cuestión de luego morir de hambre hasta encontrar un sitio donde dieran un bocado a deshora (estos europeos...). Empezaba la escapada gastronómica porque aunque el sitio no era de 'gourmets', su paté vasco de menú del día era para 'gourmands'. Y así lo disfruté yo, que ni la cámara saqué para hacer fotos... ni pude terminarme la tarta de limón deliciosa del postre (quién me ha visto y quién me ve).

A partir de este momento, teníamos por delante una inmensa playa que recorrer hasta llegar a Arcachon, donde pensábamos dormir. Pero no íbamos a ir, claro está, por el camino más corto. De hecho, decidimos tomar 'la route de La Corniche', una carretera de doble sentido que va justo pegada al mar hasta Cibourne (la conocíamos de una excursión de un día previa). Totalmente recomendable, pese a que las puntuales retenciones en algunos pueblecitos (recordemos que era fin de semana, vacaciones, y que muchos vasco tienen casita en las Landas).



Nos salimos antes de Cibourne. Y fue entonces cuando el tiempo típico del sur francés en primavera se nos echó encima. El cielo se puso gris, pero el mar seguía precioso.


Pasamos por todas las zonas tomadas por surferos cuando ya llega el buen tiempo. Vimos todas esas casas y apartamentos de alquiler vacíos. La imagen era decadente... y encantadora. No quiero ni imaginar lo agobiante que tiene que resultar el verano. Yo ya estuve una vez en Hossegor durante un campeonato de surf (de los importantes, además) y no me pareció tan atractivo, la verdad.

Después pusimos rumbo a nuestro destino final, no sin antes desviarnos un poco para ver la Duna de Pylat, una enorme formación arenosa protegida desde 1930 y desde donde se aprecian unas vistas fantásticas. Eso sí, para disfrutar de ellas hay que caminar un poco y subir unos cuantos escalones (como seis pisos o así, pero yo ya estoy acostumbrada). El esfuerzo merece la pena.


A última hora de la tarde llegamos a Arcachon. El pueblo era bastante grande y bonito. No tiene nada que llame la atención más que el resto (salvo la megarotonda de entrada), pero es armonioso. 'Cazamos' un hotel en primera línea de playa: un Park Inn. Y por supuesto, una habitación con vistas al mar: nuestro capricho.


Fue una estancia agradable. Después de pasar algo de fresquito se agradece un baño caliente y un restaurante cercano con un buen menú... Y un curioso vino con regusto a ceniza, L'Orangerie  de Carignan (1ère Côtes de Bordeaux 2007). Mmmmmm....

Porque en esta primera línea de playa los chiringuitos no son como en Benidorm. Tienen cierta clase: una apariencia más cuidada, un trato más elegante, un menún con gran presentación... Supongo que porque también lo pagas, claro. Pero merece la pena. Después de la cena salimos a pasear.



Llovía un poco. Sólo se escuchaba el mar y a algunos camareros recoger la terraza. De pronto, nos encontramos con esto:



Tal vez las casualidades existan, si miras bien.

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