30 mayo 2010

La escapada penitente (II)

El segundo día del viaje por Aquitania se despertó así:

Por delante, unos cuantos kilómetros hasta Sarlat, muchos viñedos y bastantes sorpresas. 

Nuestra primera parada iba a ser Saint-Emilion, una pequeña ciudad Patrimonio de la Humanidad famosa por sus vinos. Un auténtico tesoro. 
El nombre se lo puso un monje viajero, Emilion, que se estableció en el siglo VIII. Y fueron presuntamente sus compañeros quienes comenzaron a producir el vino. Sin embargo, a mí lo que más me gustó fue su carácter medieval y su ermita excavada en la arenisca.
Como se puede ver, Saint-Emilión es un lugar muy coqueto, y también muy turístico. En cada esquina te encuentras una vinoteca dispuesta a atender a los visitantes y, si es necesario, enviarles la mercancía a su casas directamente, estén dondequiera que estén. Pero para los golosos, Saint-Emilion es el paraíso de las pastelerías y de los 'macarons'. De hecho, hay una fábrica que se puede visitar para ver cómo se elaboran.

A la salida, nos encontramos con la primera sorpresa. Nuestra listísima moto nos alertó después de su 'checking' de que teníamos una luz fundida. ¿Y cuál era? Pues la más necesaria: la de posición. Por supuesto, no llevábamos respuesto, así que nada más ponernos en marcha tocaba vigilar las orillas por si nos encontrábamos con algún taller. La cosa no estaba fácil: era sábado, mediodía y no teníamos 'Tom-tom'. 

Cogimos dirección Bergerac, total, teníamos que llegar a nuestro destino con o sin luz. Y en una rotonda vimos el desvío a un centro comercial donde había talleres. Dos: el de motos y el de neumáticos. El primero, cerrado. El segundo, en nada podía ayudarnos. Así que aparcamos en el parking de la gran superficie y entramos para ver si tenían bombillas. Después de un ratillo de trastear, 'voilà':

No habíamos comido y eran cerca de las tres. A esas horas en Francia en pocos o ningún sitio te atienden, así que decidimos que como Bergerac quedaba cerca haríamos allí una 'parada técnica' para echar un bocado. O un bocadillo. Y sí, la 'baguette' estaba deliciooooosa. De la ciudad poco que decir, digamos que no pudimos pasear mucho porque aún quedaban bastantes kilómetros y al menos una parada por hacer.

Por tanto, salimos en dirección Sarlat. La carretera era preciosa, primero entre llanuras y sembrados, después, siguiendo el curso del Dordoña. Y justo, al lado de este gran río nos topamos con esto:
Beynac y su castillo. Se trata de un pueblo medieval construido alrededor de una roca  calizasobre la que se alza el castillo. Está a 150 metros. Es protagonista de numerosas leyendas, pero lo cierto es que a principios del siglo XII ya hay documentos que atestiguan su existencia y, evidentemente, era un enclave de vigilancia magnífico porque al otro lado del río ya estaban aposentados los ingleses. Fue declarado monumento histórico en 1948 y en 1961 fue adquirido por un particular. La verdad, no puedo dejar de pensar en quién puede comprarse un castillito en Francia.

Para los cinéfilos, la wikipedia dice que ha sido escenario de algunas películas: Juana de Arco de Luc Besson en 1999, Los Visitantes de Jean-Marie Poiré en 1993, La hija de d'Artagnan de Bertrand Tavernier en 1994, los Pasillos del tiempo de Jean-Marie Poiré en 1997 o Chocolat de Lasse Hallström en 2000. Ahí es ná...

Siguiendo por la misma carretera, la D 703, hay un desvío que te lleva directamente hasta otra maravilla que sí teníamos pensado visitar: La Roque-Gaugeac, donde hoy viven unas 500 personas, pero que ha estado habitado desde que el mundo es mundo, por lo que tiene una profunsa e interesante historia. Es un pueblo excavado en un acantilado de caliza que pertenece a la Asociación Los pueblos más bonitos de Francia. Y no me extraña: es absolutamente precioso.

Por cierto, se puede pasear por el pueblo y por la propia roca, porque hay paseso y escaleras escarbados en la caliza. Sencillamente espectacular.

De aquí pusimos rumbo a Sarlat ya sin más distracciones. El tramo final lo hicimos por la D 57 y fue muy entretenido, con curvas no muy cerradas, subidas, bajadas, tramos de bosque espeso... Uno llega a entender porque a esta zona se le llama el Perigord negro.

Sarlat es otra ciudad de corte medieval y muy turística. Nuestro interés en ella, sin embargo, era mucho más terrenal: su vinagre de nuez.


Nos alojamos en uno de los hoteles más enraizados allí (por casualidad, porque no lo supimos hasta que nos instalamos) el Saint Albert, totalmente recomendable, con un trato familiar y agradable, y un restaurante donde uno puede disfrutar las exquisiteces del lugar. Aunque nosotros no lo hicimos. Después de aposentar nuestras cosas, decidimos dar un paseo-maratón fotográfico.


Y entre clic y clic nos encontramos con esto:

El Petit Manoir es un hotel con restaurante alojado en un edificio del siglo XV y que, al menos en los comedores, respeta la división del inmueble. Es más, uno tiene la sensación de estar en el comedor de una casa, no en el de un restaurante (de no ser porque hay más mesas, claro). El menú está elaborado a base de productos de la zona, y tienen un menú que los marida con los asiáticos. ¿Por qué? Pues porque la mujer del dueño es originaria de Saigón.


(Ya sólo quedaba la vuelta)

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