05 agosto 2012

La economía y los tomates

Hace unos días iba hacia el metro cuando me topé con una persona pidiendo a la entrada. Era un señor mayor, medio calvo, con el rostro surcado de arrugas y unos ojos redondos y oscuros que miraban a su alrededor con inocencia. Vestía un viejo chaquetón crema y un pantalón de tergal. En verano y con el sol a punto de empezar a calentar la ciudad.

Tenía su mano extendida por si alguien de los que salían por las escaleras mecánicas dejaba caer una moneda. Su rostro me sonaba de algo. Dos escalones más abajo me acordé. Era el mismo jubilado que me encontraba a veces en el supermercado. Siempre llevaba pocas cosas en la cesta y saludaba a las cajeras con una amabilidad propia de quien suele estar muy solo. Hacía meses que no coincidíamos. Entonces me di cuenta de que a lo mejor es que no había vuelto porque no tenía dinero suficiente para llevarse algo. 

Me estremecí y me dieron ganas de llorar. No sé nada de su vida, si fue buena persona o un cabrón, si tuvo dinero y lo perdió o es un pobre diablo, si le abandonó su familia o se escapó un día. Ni siquiera tengo idea de su nombre. Pero me dieron ganas de abrazarlo y llevarle a algún lado, donde le cuidaran bien, tuviese siempre un plato caliente en la mesa, alguien con quien charlar y por qué no, con quien discutir de fútbol. Por la noche, al irme a casa, aún seguía pensando en él. No lo he vuelto a ver porque no he vuelto a pasar a aquella hora por aquella parada de metro.

Me da miedo pensar que esta imagen va a ser más habitual de ahora en adelante con tanto recorte. El mundo está lleno de personas que viven al día y con lo justo. Cualquier restricción en las ayudas o imposición de pagos les puede hacer tambalearse para llegar a fin de mes.  Y me desagrada que entre esos colectivos desaforecidos estén los ancianos. Gente que ya no puede trabajar y cuyo único sostén es un sistema que les prometió un pensión y está a punto de irse al garete (o eso dicen).

Pero lo que me jode de verdad es que los que toman esas decisiones sean aquellos cuyos sueldos obscenos les impiden ponerse en la piel de quien lo está pasando mal y sentir el dolor que supone tener que ir al mercado echando cuentas para no pasarse y tener que pedir, luego, que te lo quiten de la bolsa porque no te da para pagarlo. Y me indigna aún más que luego se endeude al país para pagar los excesos de aquellos que no supieron administrar fortunas y han llevado a pique algunos bancos, pero, eso sí, ellos se van con una millonaria pensión vitalicia o una indemnización pornográfica mientras algunos han perdido sus ahorros y no saben si algún día volverán a recuperarlos.

No sé si en toda esta historia tiene algo que ver el signo del partido que gobierna o no. Es más, defiendo los cambios en política porque ayudan a desintoxicar el sistema de vez en cuando. Pero tengo dudas en si haber confiado la salida de la crisis económica a la derecha va a beneficiar a los que más sufren con ella.  Es más, tengo la sensación de que la realidad parece demostrar que es exactamente lo contrario.

Hace unos días leí en una columna de opinión de un periódico ('El panadero y Adam Smith' se titulaba) que la política debía insuflar a la economía sus valores superiores (los de la libertad, la equidad y la solidaridad) para que el mundo funcionara de nuevo. Pero no creo que la política sepa de qué valores hablaba este columnista ni que la economía vaya a entender su significado si no genera dinero a corto plazo.

El sistema debería fijarse más en la naturaleza, donde nada es de hoy para mañana. Por ejemplo, podría tomar como referencia a los tomates, que crecen despacio y necesitan su tiempo de maduración para estar sabrosos. Donde, además, es obligatorio quitar los 'chupones' de las ramas ya crecidas para que éstas se desarrollen con fuerza y den mejores frutos. Y donde el mimo y el cariño son dos ingredientes importantes para que las cosas salgan bien.


No hay comentarios:

Post nuevo Post antiguo Inicio