El 12 de enero la tierra se abrió en Haití. Un terremoto de 7 grados en la escala de Richter sacudió el país y movió de sitio las montañas. Desde entonces, la opinión pública y los medios siguen la noticia. Se afanan por contar la historia. ¿Pero quién era Haití antes de la tragedia?
La historia de este país bañado por el Caribe está repleta de altibajos. En los papeles ha quedado escrito que fue el segundo estado americano que declaró su independencia en la era colonial, tras EE UU. Y el primero en abolir la esclavitud tras una revolución que abrió la puerta de los Derechos Humanos a los negros. Sin embargo, hoy -o mejor dicho hasta el martes- siete de cada diez de sus habitantes vivían en situación de pobreza, y su maltrecha economía lo había aupado al primer puesto del ránking de países más pobres del continente americano.
Haití era -es- la cruz de República Dominicana, un destino habitual en los catálogos de viajes de placer de tantas agencias, con una economía en vías de desarrollo. Por lo tanto, no es difícil imaginar que muchos haitianos cruzaran hace tiempo la frontera que dividía La Española para pasarse al otro lado, al de la esperanza, donde no siempre fueron recibidos con los brazos abiertos.
La historia de los dos inquilinos de esta isla está marcada por rivalidades y recelos. Algunos de estos roces han rayado, incluso, la xenofobia, como atestigua, por ejemplo, la biografía del dictador Rafael L. Trujillo. Sin embargo, en los últimos años, las relaciones entre ambos estados han mejorado ostensiblemente. Como sucede, a veces, entre hermanos.
Así, hoy, República Dominicana es la puerta por donde entra la ayuda internacional para las víctimas. Pero también es la ventana desde donde observan la tragedia aquéllos que emigraron, y que en estas horas terribles intentan reconocer en los rostros que aparecen en las televisiones de las casas donde trabajan como personal de servicio los de sus antiguos vecinos.
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